martes, 7 de noviembre de 2023

Symbolic Rituals in Childhood




A Lacanian Perspective on Conflict Resolution in My Hometown


In the quaint town of Carolina, Puerto Rico, the echoes of a unique childhood ritual resonate with the principles of Lacanian psychoanalysis. Lacanian theory, developed by French psychoanalyst Jacques Lacan, emphasizes the role of the unconscious in human psychology and posits that the unconscious is structured like a language. At its core, Lacanian theory revolves around three primary structures: the Real, the Imaginary, and the Symbolic.

The Real represents what is outside language and what we can never fully articulate or grasp. It's the state of nature from which we have been forever severed by our entrance into language. The Imaginary is the realm of images and deception, where the ego is constituted by identifying with the counterpart or the mirror image. This stage is essential for the formation of the "I", but can also lead to illusions of wholeness and dual relationships with others. The Symbolic is the domain of culture, language, law, and custom; it's the structure that governs our social reality and inter-subjective relations. It's through the Symbolic that we are given our place in society and through which the unconscious is structured.

In Lacan's view, the development of the individual involves navigating these three realms, which can lead to different forms of psychopathology if not properly integrated. A key element of Lacanian theory is the "lack" or "manque" that is central to the human condition; the sense that something is always missing, which drives our desires and motivations.

Imagine, for a moment, a scene from my own elementary school days, a time when these complex ideas were as foreign to me as the farthest star. Yet, in retrospect, the simplicity of that time seems to echo the nuances of Lacanian thought. It was there, in the playground's give-and-take, amidst the friendships and fallouts, where the nascent structures of my own psyche began to form—a living illustration of Lacan's profound insights.

"Looking back to those formative years, we see the seedlings of identity taking root amidst the chaos of childhood—each recess a microcosm of Lacan's intricate dance of the Real, the Imaginary, and the Symbolic."

Growing up in this town, particularly in the early 1980s at José Severo Quiñones school, children engaged in a symbolic act that encapsulated the complexities of honor, respect, and the repercussions of spoken words. When conflicts arose, they didn't resort to mere verbal exchanges or physical altercations immediately; instead, they adhered to a ritual involving the placement of a branch on the shoulder. This branch was more than a piece of the tree; it was a representation of one's mother's honor.




To understand this practice through a Lacanian lens, one must delve into the symbolic order, one of the three structures in Lacanian theory—the Real, the Imaginary, and the Symbolic. The Symbolic is the realm of language, societal rules, and familial decrees. It is where a child learns the dialect of their culture and internalizes the laws that govern their social interactions.

In Carolina, the ritual of the branch served as a passage into the Symbolic, a gesture demanding recognition of an unspoken law: the sanctity of one’s mother. To speak ill of another's mother was an affront so severe that it could not be articulated; it was, therefore, represented symbolically by the branch. This ritual invited the opponent to either act (and thus enter into a battle) or to retreat, respecting the unvoiced boundary that had been transgressed.

The branch, in Lacanian terms, was a signifier—a word or object that carries meaning beyond its physical form. When a child placed the branch on their shoulder, they invoked a network of cultural signification that linked honor, maternal respect, and personal integrity. The act of knocking the branch off was a response, a signified, that completed the signification process, indicating a willingness to engage in the defense of one's honor.

If the opponent chose to engage, it was an acknowledgment of the symbolic challenge, a step into the metaphorical arena where words and actions were bound by the rules of the Symbolic order. It was not merely a fight that ensued but a cultural dialogue, a series of actions dictated by the social laws internalized by each child.

If the opponent refrained, it was an act of respect, a silent affirmation of the law's power and the acceptance of one's place within the Symbolic structure. The branch would remain unchallenged, the signifier would stand without its signified, and the social order would remain intact.

This childhood ritual, when paralleled with the Lacanian model of psychoanalysis, illustrates the formative role of the Symbolic order in conflict resolution. The rules of engagement, whether in play or conflict, were etched into the fabric of social interaction through symbolic gestures. They reveal how even children are not outside the influence of the Symbolic order; they are participants, actively navigating its dictates.

Thus, we see that the children of Carolina, with their branches on their shoulders, were not merely engaging in child's play, but were embodying the principles of Lacanian psychoanalysis. They were living examples of how the Symbolic order mediates human relationships, imbuing even the simplest objects with profound cultural significance.

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Una Perspectiva Lacaniana sobre la Resolución de Conflictos en mi Pueblo

En el pintoresco pueblo de Carolina, Puerto Rico, resuenan los ecos de un ritual infantil único que se alinea con los principios del psicoanálisis lacaniano. La teoría lacaniana, desarrollada por el psicoanalista francés Jacques Lacan, subraya el papel del inconsciente en la psicología humana y postula que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. En el corazón de la teoría lacaniana giran alrededor de tres estructuras primarias: lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico.

Lo Real representa lo que está fuera del lenguaje y lo que nunca podemos articular o comprender completamente. Es el estado de la naturaleza del cual hemos sido separados para siempre por nuestra entrada en el lenguaje. Lo Imaginario es el reino de las imágenes y el engaño, donde el yo se constituye al identificarse con la contraparte o la imagen especular. Esta etapa es esencial para la formación del "yo", pero también puede conducir a ilusiones de completitud y relaciones duales con los demás. Lo Simbólico es el dominio de la cultura, el lenguaje, la ley y las costumbres; es la estructura que gobierna nuestra realidad social y las relaciones inter-subjetivas. Es a través de lo Simbólico que se nos da nuestro lugar en la sociedad y a través del cual se estructura el inconsciente.

En la visión de Lacan, el desarrollo del individuo implica navegar por estos tres reinos, lo que puede llevar a diferentes formas de psicopatología si no se integran adecuadamente. Un elemento clave de la teoría lacaniana es la "falta" o "manque" que es central en la condición humana; la sensación de que siempre falta algo, lo que impulsa nuestros deseos y motivaciones.

Imagina por un momento, una escena de mis días en la escuela primaria, una época en la que estas ideas complejas me eran tan ajenas como la estrella más lejana. Sin embargo, en retrospectiva, la simplicidad de esa época parece resonar con los matices del pensamiento lacaniano. Fue allí, en el dar y tomar del patio de juegos, entre las amistades y desencuentros, donde las estructuras nacientes de mi propia psique comenzaron a formarse—una ilustración viva de las profundas percepciones de Lacan.

"Mirando hacia atrás, a aquellos años formativos, vemos los brotes de identidad echar raíces en medio del caos de la infancia—cada recreo un microcosmos de la intrincada danza de lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico de Lacan."

Creciendo en este lugar, especialmente a principios de la década de 1980 en la escuela José Severo Quiñones, los niños participaban en un acto simbólico que encapsulaba las complejidades del honor, el respeto y las repercusiones de las palabras habladas. Cuando surgían conflictos, no recurrían inmediatamente a intercambios verbales o altercados físicos; en cambio, se adherían a un ritual que implicaba colocar una rama en el hombro. Esta rama era más que un pedazo de árbol; era una representación del honor de la madre de uno.

Para comprender esta práctica a través del lente lacaniano, se debe profundizar en el orden simbólico, una de las tres estructuras en la teoría lacaniana: lo Real, lo Imaginario y lo Simbólico. Lo Simbólico es el reino del lenguaje, las reglas sociales y los decretos familiares. Es donde un niño aprende el dialecto de su cultura e interioriza las leyes que rigen sus interacciones sociales.

En Carolina, el ritual de la rama servía como un pasaje al orden Simbólico, un gesto que exigía reconocimiento de una ley no pronunciada: la santidad de la madre de uno. Hablar mal de la madre de otro era una ofensa tan grave que no podía ser articulada; por lo tanto, se representaba simbólicamente con la rama. Este ritual invitaba al oponente a actuar (y así entrar en batalla) o a retroceder, respetando el límite no expresado que había sido traspasado.

La rama, en términos lacanianos, era un significante, una palabra u objeto que lleva un significado más allá de su forma física. Cuando un niño colocaba la rama en su hombro, invocaba una red de significación cultural que vinculaba el honor, el respeto maternal y la integridad personal. El acto de derribar la rama era una respuesta, un significado, que completaba el proceso de significación, indicando la disposición de participar en la defensa del honor propio.

Si el oponente optaba por involucrarse, era un reconocimiento del desafío simbólico, un paso hacia la arena metafórica donde las palabras y acciones estaban ligadas por las reglas del orden Simbólico. No era simplemente una pelea lo que seguía, sino un diálogo cultural, una serie de acciones dictadas por las leyes sociales interiorizadas por cada niño.

Si el oponente se abstenía, era un acto de respeto, una afirmación silenciosa del poder de la ley y la aceptación del lugar de uno dentro de la estructura Simbólica. La rama permanecería sin desafíos, el significante se mantendría sin su significado y el orden social permanecería intacto.

Este ritual infantil, al paralelizarse con el modelo lacaniano de psicoanálisis, ilustra el papel formativo del orden Simbólico en la resolución de conflictos. Las reglas de compromiso, ya sea en juego o en conflicto, se grabaron en la tela de la interacción social a través de gestos simbólicos. Revelan cómo incluso los niños no están fuera de la influencia del orden Simbólico; son participantes, navegando activamente sus dictados.

Así, vemos que los niños de Carolina, con sus ramas en los hombros, no estaban meramente participando en un juego infantil, sino que estaban encarnando los principios del psicoanálisis lacaniano. Eran ejemplos vivos de cómo el orden Simbólico media las relaciones humanas, otorgando incluso a los objetos más simples un significado cultural profundo.