miércoles, 14 de mayo de 2025

Psicología como instrumento de poder.


Creo firmemente que la psicología debe mantenerse alejada de discursos radicalizados, ya sean políticos, religiosos o ideológicos como el movimiento "woke". Esta postura no es una cuestión de opinión, sino una necesidad ética y científica para preservar la integridad de nuestra disciplina y garantizar un tratamiento efectivo para los pacientes.

La psicología es una ciencia, no una ideología, se basa en la evidencia científica, en investigaciones revisadas por pares y en métodos objetivos. Cuando permitimos que ideologías extremas influyan en nuestra práctica, corremos el riesgo de caer en sesgos de confirmación, donde seleccionamos o descartamos información según lo que queremos creer, en lugar de lo que realmente es cierto.

He visto cómo ciertas corrientes ideológicas intentan redefinir conceptos psicológicos para ajustarlos a su narrativa, distorsionando diagnósticos y patologías. Por ejemplo, el uso excesivo del término "trauma" para cualquier incomodidad emocional o el enfoque en "privilegio" como una causa universal de malestar mental. Estas interpretaciones no solo simplifican en exceso la complejidad de la psique humana, sino que también pueden llevar a tratamientos inefectivos o incluso dañinos.

La ética profesional exige neutralidad. Los principios éticos de la psicología nos obligan a mantenernos neutrales y a no imponer nuestras creencias personales en nuestros pacientes. Todos los pacientes tienen historias, valores y perspectivas únicas, y nuestra labor es ayudarles sin juzgar o imponer un marco ideológico.

No puedo imaginarme diciéndole a un paciente qué debe pensar políticamente o cómo interpretar su sufrimiento desde un marco ideológico particular. Eso no es terapia, es adoctrinamiento.

Cuando la psicología ha sido secuestrada por ideologías, ha fracasado. La historia nos muestra lo peligroso que es mezclar la psicología con ideologías radicales:

En la Unión Soviética, se prohibió el psicoanálisis porque no encajaba con el marxismo.

Durante el régimen nazi, la psicología fue usada para justificar la eugenesia y la discriminación.

La homosexualidad fue catalogada como un trastorno durante décadas debido a la influencia religiosa en la psiquiatría.

Cada vez que la psicología ha sido manipulada por la política o la religión, ha cometido errores graves que han afectado la vida de muchas personas.

La psicología no debe ser activismo ni evangelización. El trabajo como psicólogo no es convencer a nadie de adoptar una ideología, sino ayudarles a desarrollar pensamiento crítico, autonomía emocional y bienestar mental.

No uso la terapia para promover políticas identitarias.

No impongo creencias religiosas en mis pacientes.

No filtro la evidencia según lo que me parece "correcto" políticamente.

Mi compromiso es con la salud mental, no con una agenda ideológica. Y si en algún momento la psicología se desvía de este principio, deja de ser una ciencia para convertirse en otra cosa.

A modo de resumen, creo que la psicología debe mantenerse científica, ética y centrada en el paciente. No debe ser utilizada como una herramienta para radicalizar ni adoctrinar. La única manera de garantizar que nuestra práctica sea efectiva y respetuosa es separándola de discursos extremistas, sean políticos, religiosos o ideológicos.

Al final del día, los pacientes no vienen a consulta para que les impongan una visión del mundo, sino para encontrar soluciones reales a su sufrimiento. Y para eso, la psicología debe mantenerse libre de influencias radicalizadas.

jueves, 8 de mayo de 2025

La Dialéctica del Esfuerzo Desmedido: Cuando la Exageración Esconde su Contrario


La dialéctica es el principio filosófico que nos enseña que la realidad no es estática ni lineal, sino que se desarrolla a través de contradicciones. En términos psicológicos, esto significa que muchas veces lo que alguien intenta demostrar con mayor esfuerzo no es lo que realmente es, sino lo que teme no ser. Cuanto más énfasis pone una persona en una cualidad específica, más probabilidades hay de que, en el fondo, esté luchando contra su opuesto.

Esta contradicción es evidente en múltiples aspectos de la vida humana, desde la política hasta las relaciones interpersonales, pasando por la psique individual. Es una estructura que podemos ver reflejada en el histrionismo, en la hipermoralidad, en la obsesión por la fortaleza emocional o incluso en el liderazgo. La necesidad de enfatizar excesivamente una cualidad suele ser una pista de su ausencia.

Un claro ejemplo de esta dialéctica aparece en Game of Thrones, cuando Tywin Lannister le dice a su nieto Joffrey Baratheon:

"Cualquier hombre que deba decir ‘yo soy el rey’, no es un verdadero rey."

Este principio expone una verdad universal: el poder real, la confianza y la autoridad no necesitan ser proclamadas; se manifiestan en los actos, no en las palabras. Joffrey, inseguro en su posición y temeroso de perder su estatus, constantemente buscaba reafirmarlo mediante amenazas y demostraciones de fuerza. Su exagerada necesidad de que lo reconocieran como rey era, en sí misma, la prueba de que no lo era en espíritu ni en liderazgo.

Por el contrario, Jon Snow es la encarnación de la otra cara de la dialéctica. Él nunca busca proclamarse rey, nunca demanda reconocimiento, e incluso reniega de la corona cuando se la ofrecen. Sin embargo, su liderazgo es incuestionable. La gente lo sigue no por lo que dice de sí mismo, sino por lo que demuestra con sus acciones. Es el ejemplo claro de que quien verdaderamente encarna un rol no necesita afirmarlo, porque su esencia lo hace evidente.

Este mismo principio se manifiesta en la personalidad histriónica, donde la exageración emocional y la teatralidad no son sinónimo de confianza o seguridad, sino indicadores de una profunda fragilidad interna. La persona histriónica no muestra emociones intensas porque las sienta con más profundidad que los demás, sino porque necesita la validación externa para sostener una identidad que, en el fondo, es inestable. Su miedo no es ser ignorado, sino ser irrelevante.

La teoría psicoanalítica nos ofrece un concepto clave para entender este fenómeno: la formación reactiva. Según Freud, este mecanismo de defensa ocurre cuando alguien expresa con excesiva intensidad una actitud o emoción para ocultar la existencia de su contrario en su interior. Así, quien insiste demasiado en su independencia teme profundamente la soledad; quien se esfuerza en proyectar una imagen de absoluta fortaleza está ocultando una profunda vulnerabilidad; y quien grita con más vehemencia su moralidad puede estar encubriendo los actos más cuestionables.

Este patrón es evidente en figuras públicas, políticos, religiosos y hasta en relaciones personales. ¿Cuántas veces hemos visto a alguien insistir en su fidelidad para luego descubrir su infidelidad? ¿O personas que condenan con más fuerza lo que, en privado, practican? La contradicción interna es inevitable, pero cuando no se reconoce ni se integra, se transforma en exageración.

El liderazgo es otro terreno donde la dialéctica se hace evidente. Las personas que realmente poseen autoridad y sabiduría no sienten la necesidad de demostrarlo a cada momento. En cambio, los que carecen de estas cualidades suelen compensarlo con una obsesión por la jerarquía, el control y el reconocimiento.

Un buen líder, como Jon Snow, no necesita proclamar su liderazgo; simplemente lo ejerce. En cambio, alguien como Joffrey, quien constantemente exige ser reconocido como rey, demuestra con cada palabra que su autoridad es frágil y dependiente de la aprobación externa.

En la vida cotidiana, esto se traduce en cómo interactuamos con los demás. Aquellos que realmente son fuertes no necesitan alardear de su fortaleza. Quienes son generosos no necesitan recordarle al mundo sus actos altruistas. Y quienes poseen seguridad emocional no buscan desesperadamente la validación de los demás.

La clave para evitar caer en esta trampa dialéctica es el autoconocimiento. Reconocer nuestras contradicciones internas nos permite integrar nuestros opuestos sin la necesidad de disfrazarlos con esfuerzos desmesurados.

Cuando veamos a alguien que exagera en demostrar una cualidad, quizás sea más útil preguntarnos qué está intentando ocultar. Y cuando sintamos la necesidad de enfatizar en exceso algo de nosotros mismos, tal vez debamos detenernos y reflexionar: ¿por qué sentimos que necesitamos hacerlo?

La verdadera seguridad, el verdadero liderazgo, la verdadera identidad no necesitan ser proclamadas ni impuestas. Simplemente son.