viernes, 28 de febrero de 2025

El Comportamiento Infantil y su Desarrollo: Comprender Antes de Diagnosticar


El comportamiento infantil es dinámico, moldeado por la maduración neurológica, el ambiente y el temperamento propio del niño. En la actualidad, veo con frecuencia cómo ciertas conductas normales del desarrollo se malinterpretan y terminan etiquetadas como patologías, cuando en realidad son parte del proceso natural de aprendizaje. Este fenómeno, conocido como overshadowing, ocurre cuando se confunde una etapa evolutiva con un trastorno. Claro, hay casos donde una dificultad es persistente y significativa, pero muchas veces lo que un padre o maestro describe como "problema" es simplemente un niño aprendiendo a autorregularse.

En los primeros años, es normal que los niños tengan dificultades para gestionar sus emociones, se frustren fácilmente o se resistan a ciertas normas. Un niño de tres años no tiene el mismo control inhibitorio que uno de ocho, pero hoy en día parece que cualquier muestra de impulsividad es sospechosa de TDAH, cualquier dificultad social apunta a un TEA y cualquier niño con carácter fuerte es etiquetado con un trastorno oposicionista desafiante. La realidad es que el desarrollo tiene su propio ritmo, y muchas de estas conductas desaparecen con el tiempo si se les acompaña adecuadamente.

Aquí es donde entra el temperamento, un factor biológico que desde el nacimiento define cómo el niño interactúa con su entorno. Thomas y Chess lo clasificaron en fácil, difícil y lento para adaptarse, y cada uno de estos estilos influye en la crianza que los padres adoptan. Es decir, no solo los padres moldean a los niños, sino que los niños también moldean a los padres. Por ejemplo, un niño con temperamento difícil puede llevar a los padres a ser más estrictos o directivos, mientras que uno con temperamento fácil tiende a recibir una crianza más relajada. Baumrind estableció los estilos de crianza en autoritario, permisivo, negligente y democrático, pero lo cierto es que ningún padre encaja perfectamente en una sola categoría. Lo que realmente importa es la flexibilidad y la capacidad de adaptación entre el temperamento del niño y la forma en que se le educa.

Cuando temperamento y crianza no están en sintonía, es cuando aparecen los conflictos. Muchas veces veo padres frustrados porque su hijo "no escucha", "es muy inquieto" o "le cuesta socializar", cuando en realidad el problema no está en el niño, sino en la falta de ajuste entre su forma natural de ser y la respuesta de los adultos. La clave no es cambiar al niño, sino entenderlo y adaptar la crianza para que las interacciones sean más fluidas.

Desde una paternidad responsable, el primer paso para manejar estos desafíos es entender que el desarrollo infantil es un proceso de prueba y error. No se trata de eliminar conductas a la fuerza, sino de acompañarlas y guiarlas con paciencia. Antes de asumir que un comportamiento es un trastorno, hay que preguntarse si es propio de la edad, si es realmente disfuncional o si solo necesita tiempo para ajustarse. Ajustar las expectativas es fundamental; pretender que un niño pequeño tenga la autorregulación de un adulto es una receta para la frustración mutua.

Otro aspecto clave es el manejo de límites: poner normas con firmeza, pero con empatía. Los niños necesitan estructura, pero también necesitan sentir que tienen cierto control sobre su entorno. Imponer autoridad sin dar espacio al diálogo solo genera resistencia, mientras que ceder ante todo por miedo a los berrinches crea inseguridad. La crianza responsiva, basada en la conexión y la comprensión del niño, es el mejor camino para que el desarrollo siga su curso sin interferencias innecesarias.

Finalmente, es importante fomentar la autonomía. A veces, en el afán de evitar problemas, los adultos resuelven todo por el niño, impidiendo que aprenda a manejar frustraciones y tomar decisiones. Criar no es solo proteger, sino preparar para la vida. Si queremos niños seguros, resilientes y emocionalmente sanos, necesitamos entender su desarrollo, respetar su ritmo y evitar el impulso de diagnosticar cuando lo único que hace falta es paciencia y acompañamiento.

martes, 25 de febrero de 2025

Mecaniqueando para el futuro!


La crianza es un proceso continuo que va más allá de simplemente cuidar las necesidades físicas de un niño. Se trata de formar su carácter, valores y habilidades emocionales para enfrentar el mundo. Cada acción, palabra y decisión tomada por los padres y cuidadores deja una huella duradera en el desarrollo del niño. Cuando pienso en esto, no puedo evitar recordar las veces que he estado bajo el auto, con las manos llenas de grasa, ajustando una pieza que parecía insignificante pero que podía determinar el rendimiento completo del motor. En la mecánica, como en la vida, hay momentos críticos para hacer ajustes. Si los dejas pasar, el daño no solo persiste; se agrava. Pero, a diferencia de las piezas metálicas, en los seres humanos siempre hay una oportunidad para el cambio, aunque las condiciones sean más desafiantes.

El motor siempre te avisa antes de romperse. Primero un sonido, luego una vibración. Si ignoras las señales, el daño es mayor y la reparación más costosa. En el comportamiento humano pasa lo mismo: los problemas no desaparecen cuando los ignoramos. Se transforman, se profundizan y, a veces, se transmiten. Se quedan ahí, latentes, floreciendo en momentos inesperados, quizás mucho después de que uno ya no esté presente.


Cada acción cuenta. Cada momento es una oportunidad para enseñar valores, empatía y resiliencia. Las acciones diarias, como escuchar con paciencia, establecer límites saludables y modelar respeto, enseñan más que mil palabras. Un padre que maneja el conflicto con calma muestra cómo enfrentar desafíos sin perder el control. Un padre que cumple sus promesas enseña integridad. Pero también sé que las acciones impulsivas, las palabras duras o la ausencia emocional pueden generar inseguridad y resentimiento. La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace construye confianza y respeto mutuo.

Me parece fascinante pensar en cómo nuestros comportamientos no solo nos afectan a nosotros, sino que se proyectan hacia el futuro, hacia generaciones que aún no han nacido. Es como ese mito en el que se dice que los egipcios no se repetían a sí mismos porque comprendían las conexiones invisibles del tiempo. Ellos sabían algo que nosotros olvidamos: nuestras decisiones no son solo nuestras. Son hilos que tejen la historia de aquellos que vendrán después de nosotros. Tenían sus historias y errores grabados en piedra, y se releían constantemente para no olvidar ni repetir. Es irónico cómo nosotros, con acceso ilimitado al conocimiento, ignoramos nuestros errores y nos repetimos una y otra vez.

Nos gusta creer que la vida se trata de nosotros, de nuestras decisiones y nuestros deseos. Pero cuando te detienes a pensar en el impacto generacional de tus acciones, te das cuenta de que la vida es mucho más que eso. Se trata de romper ciclos, de decidir conscientemente no repetir los errores de quienes vinieron antes. Se trata de asumir la responsabilidad de frenar las cadenas invisibles que arrastramos sin saberlo. Es como en End with Us en Netflix: una historia que muestra cómo los ciclos de dolor y silencio continúan hasta que alguien decide enfrentarlos.

Cuando observo a mis pacientes, especialmente a aquellos que han heredado no solo rasgos físicos sino también patrones emocionales y conductuales de sus padres y abuelos, me pregunto: ¿cuándo es “tarde” para cambiar? La respuesta nunca es simple, pero cada vez estoy más convencido de que nunca es realmente tarde. Sin embargo, cuanto antes hagamos el cambio, menos daño acumulado habrá que reparar. La pregunta no es cuándo es tarde para cambiar, sino cuándo decidimos empezar a hacerlo.

Recuerdo la escena en Coco cuando el silencio y el olvido no hicieron desaparecer el dolor, solo lo empujaron a florecer en el momento menos esperado. Lo mismo ocurre con los patrones emocionales y conductuales. Si no los enfrentamos, resurgen en generaciones futuras, como un eco de decisiones no tomadas y problemas no resueltos. Es como en Encanto, cuando todos cantan “We don’t talk about Bruno,” creyendo que el silencio era la solución. Pero los problemas nunca desaparecen en silencio; se esconden en las sombras, esperando el momento de salir a la luz.

Los niños aprenden observando. Ven cómo sus padres tratan a los demás, cómo manejan el estrés y cómo celebran sus logros. Estas observaciones se convierten en guías de comportamiento que influyen en sus propias decisiones futuras. Si un niño crece en un ambiente de apoyo, amor y respeto, aprenderá a respetarse a sí mismo y a los demás. Si, en cambio, ve crítica constante o indiferencia, podría desarrollar inseguridades o comportamientos defensivos. Entonces, al reflexionar sobre la frase “tus acciones determinan tu futuro”, me pregunto: ¿Qué estoy modelando con mis acciones hoy? ¿Estoy mostrando la paciencia, el respeto y el amor que quiero que mi hijo aprenda? ¿Mis palabras coinciden con mis acciones?

Puedo ver cómo la programación fetal empieza a configurar respuestas al estrés incluso antes de nacer, cómo las experiencias de los padres afectan el desarrollo de los hijos a nivel biológico. Pero también sé, por experiencia propia y ajena, que el cambio siempre es posible. La neuroplasticidad nos da la oportunidad de reajustar nuestro “motor interno” en cualquier momento de la vida. No importa cuán desgastadas estén las piezas o cuánto tiempo haya pasado sin mantenimiento, siempre podemos detenernos, escuchar el ruido del motor y empezar a reparar.

Cuando ajusto una pieza en el motor o cuando ajusto un patrón de pensamiento en la consulta, sé que nunca es tarde. Pero también sé que, como en la mecánica, el tiempo es crítico. Cuanto antes se haga el ajuste, menos daños colaterales habrá que reparar. La clave está en escuchar las señales, en no ignorar el ruido, en asumir la responsabilidad y decidir conscientemente no repetirnos. Así, quizás, podamos avanzar, no solo como individuos, sino como una cadena humana que aprende, evoluciona y finalmente se libera de sus ciclos repetitivos.

En la mecánica, a veces un ajuste a tiempo evita que todo el motor colapse. En la vida, un cambio a tiempo puede detener un ciclo que, de no ser así, continuará resonando en generaciones futuras. La crianza consciente no es perfecta, pero sí intencional. Se trata de un recordatorio de que cada acción deja una huella. Al cultivar un entorno amoroso y coherente, ayudamos a nuestros hijos a construir un futuro lleno de posibilidades, integridad y propósito. En última instancia, nuestras acciones no solo moldean el futuro de nuestros hijos, sino que también definen el legado que dejamos en el mundo. Cuando uno tiene hijos, ya la vida no se trata de uno, se trata de romper ciclos maladaptativos.

jueves, 13 de febrero de 2025

Atención Flotante


La escucha analítica es un concepto que, aunque parece sencillo, ha sido fundamental en mi desarrollo profesional. A lo largo de mi trayectoria como psicólogo, he aprendido que no es lo mismo oír que escuchar. Oír implica percibir los sonidos que nos rodean, un proceso pasivo que ocurre a través del sentido del oído. Sin embargo, escuchar va mucho más allá de captar estímulos auditivos; requiere una entrega activa, una disposición a captar no solo lo que se dice, sino también lo que no se dice.

En mis sesiones, he podido experimentar lo que Freud describió como "atención flotante". Al principio, este concepto me resultaba algo abstracto, pero con la práctica entendí que se refiere a una manera muy particular de escuchar. No es una escucha común ni lineal; implica entrar en un estado mental disociado, una especie de suspensión de la conciencia habitual. Durante ese estado, me permito desprenderme parcialmente de la realidad inmediata, para conectarme profundamente con lo que el paciente trae a la sesión, más allá de las palabras.

La atención flotante no es solo un recurso técnico; es una forma de sintonizar con el inconsciente del paciente. Y lo interesante es que, en ese proceso, también estoy conectando con mi propio inconsciente. Es una experiencia compartida, un encuentro entre dos psiques en el que lo consciente queda en segundo plano, permitiendo que emerjan significados ocultos, emociones reprimidas y deseos inconscientes.

Recuerdo una ocasión particular en la que esta escucha analítica me sorprendió. Estaba en sesión con un paciente que hablaba sobre su infancia. Sus palabras parecían simples y narrativas, pero, al adoptar esta postura de atención flotante, pude captar algo más profundo: un patrón de angustia que no estaba siendo expresado verbalmente, pero que se sentía en el ambiente. Esa sensación me llevó a hacer una intervención que ayudó al paciente a conectar con una emoción reprimida que había estado cargando durante años. Fue un momento revelador, tanto para él como para mí.

Freud decía que este tipo de escucha es estar "en la misma sintonía" que el paciente. Es una conexión profunda que no se puede forzar ni planear. Surge cuando el analista es capaz de entrar en ese estado especial de conciencia y regresar a su estado habitual una vez que la sesión termina. Es un equilibrio delicado entre estar presente y, a la vez, permitir que la mente divague lo suficiente para captar lo que está más allá de lo evidente.

Esta forma de escucha también me ha ayudado a comprender que, como analista, no soy un observador externo, sino parte del proceso terapéutico. Mi inconsciente se convierte en una herramienta fundamental en el trabajo clínico. Esto me ha enseñado a confiar en mis sensaciones, en mis asociaciones libres y en esos momentos en los que algo aparentemente insignificante toma relevancia.

En un mundo donde las personas hablan mucho pero escuchan poco, la escucha analítica es un acto casi revolucionario. Es un recordatorio de que, más allá de las palabras, existe un universo inconsciente que guía nuestras acciones, pensamientos y emociones. Y como analista, tengo el privilegio de ser un testigo y acompañante en ese viaje hacia el inconsciente.

A medida que avanzo en mi carrera, sigo profundizando en esta práctica. La atención flotante no es algo que se domine de inmediato; requiere tiempo, paciencia y disposición. Pero cada vez que logro entrar en esa sintonía con un paciente, entiendo que la escucha analítica es una herramienta poderosa para sanar, entender y acompañar en el proceso terapéutico.

Freud tenía razón: escuchar verdaderamente implica más que oír. Es un arte que nos permite conectarnos con lo más profundo del ser humano, donde reside el inconsciente, tanto del paciente como del terapeuta. Es ahí, en ese espacio compartido, donde ocurre la verdadera transformación.


Referencias:
Freud, S. (1912). Sobre la dinámica de la transferencia. En Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. Obras Completas (Vol. XII). Amorrortu Editores.