viernes, 28 de febrero de 2025
El Comportamiento Infantil y su Desarrollo: Comprender Antes de Diagnosticar
martes, 25 de febrero de 2025
Mecaniqueando para el futuro!
La crianza es un proceso continuo que va más allá de simplemente cuidar las necesidades físicas de un niño. Se trata de formar su carácter, valores y habilidades emocionales para enfrentar el mundo. Cada acción, palabra y decisión tomada por los padres y cuidadores deja una huella duradera en el desarrollo del niño. Cuando pienso en esto, no puedo evitar recordar las veces que he estado bajo el auto, con las manos llenas de grasa, ajustando una pieza que parecía insignificante pero que podía determinar el rendimiento completo del motor. En la mecánica, como en la vida, hay momentos críticos para hacer ajustes. Si los dejas pasar, el daño no solo persiste; se agrava. Pero, a diferencia de las piezas metálicas, en los seres humanos siempre hay una oportunidad para el cambio, aunque las condiciones sean más desafiantes.
El motor siempre te avisa antes de romperse. Primero un sonido, luego una vibración. Si ignoras las señales, el daño es mayor y la reparación más costosa. En el comportamiento humano pasa lo mismo: los problemas no desaparecen cuando los ignoramos. Se transforman, se profundizan y, a veces, se transmiten. Se quedan ahí, latentes, floreciendo en momentos inesperados, quizás mucho después de que uno ya no esté presente.
Cada acción cuenta. Cada momento es una oportunidad para enseñar valores, empatía y resiliencia. Las acciones diarias, como escuchar con paciencia, establecer límites saludables y modelar respeto, enseñan más que mil palabras. Un padre que maneja el conflicto con calma muestra cómo enfrentar desafíos sin perder el control. Un padre que cumple sus promesas enseña integridad. Pero también sé que las acciones impulsivas, las palabras duras o la ausencia emocional pueden generar inseguridad y resentimiento. La coherencia entre lo que se dice y lo que se hace construye confianza y respeto mutuo.
Me parece fascinante pensar en cómo nuestros comportamientos no solo nos afectan a nosotros, sino que se proyectan hacia el futuro, hacia generaciones que aún no han nacido. Es como ese mito en el que se dice que los egipcios no se repetían a sí mismos porque comprendían las conexiones invisibles del tiempo. Ellos sabían algo que nosotros olvidamos: nuestras decisiones no son solo nuestras. Son hilos que tejen la historia de aquellos que vendrán después de nosotros. Tenían sus historias y errores grabados en piedra, y se releían constantemente para no olvidar ni repetir. Es irónico cómo nosotros, con acceso ilimitado al conocimiento, ignoramos nuestros errores y nos repetimos una y otra vez.
Nos gusta creer que la vida se trata de nosotros, de nuestras decisiones y nuestros deseos. Pero cuando te detienes a pensar en el impacto generacional de tus acciones, te das cuenta de que la vida es mucho más que eso. Se trata de romper ciclos, de decidir conscientemente no repetir los errores de quienes vinieron antes. Se trata de asumir la responsabilidad de frenar las cadenas invisibles que arrastramos sin saberlo. Es como en End with Us en Netflix: una historia que muestra cómo los ciclos de dolor y silencio continúan hasta que alguien decide enfrentarlos.
Cuando observo a mis pacientes, especialmente a aquellos que han heredado no solo rasgos físicos sino también patrones emocionales y conductuales de sus padres y abuelos, me pregunto: ¿cuándo es “tarde” para cambiar? La respuesta nunca es simple, pero cada vez estoy más convencido de que nunca es realmente tarde. Sin embargo, cuanto antes hagamos el cambio, menos daño acumulado habrá que reparar. La pregunta no es cuándo es tarde para cambiar, sino cuándo decidimos empezar a hacerlo.
Recuerdo la escena en Coco cuando el silencio y el olvido no hicieron desaparecer el dolor, solo lo empujaron a florecer en el momento menos esperado. Lo mismo ocurre con los patrones emocionales y conductuales. Si no los enfrentamos, resurgen en generaciones futuras, como un eco de decisiones no tomadas y problemas no resueltos. Es como en Encanto, cuando todos cantan “We don’t talk about Bruno,” creyendo que el silencio era la solución. Pero los problemas nunca desaparecen en silencio; se esconden en las sombras, esperando el momento de salir a la luz.
Los niños aprenden observando. Ven cómo sus padres tratan a los demás, cómo manejan el estrés y cómo celebran sus logros. Estas observaciones se convierten en guías de comportamiento que influyen en sus propias decisiones futuras. Si un niño crece en un ambiente de apoyo, amor y respeto, aprenderá a respetarse a sí mismo y a los demás. Si, en cambio, ve crítica constante o indiferencia, podría desarrollar inseguridades o comportamientos defensivos. Entonces, al reflexionar sobre la frase “tus acciones determinan tu futuro”, me pregunto: ¿Qué estoy modelando con mis acciones hoy? ¿Estoy mostrando la paciencia, el respeto y el amor que quiero que mi hijo aprenda? ¿Mis palabras coinciden con mis acciones?
Puedo ver cómo la programación fetal empieza a configurar respuestas al estrés incluso antes de nacer, cómo las experiencias de los padres afectan el desarrollo de los hijos a nivel biológico. Pero también sé, por experiencia propia y ajena, que el cambio siempre es posible. La neuroplasticidad nos da la oportunidad de reajustar nuestro “motor interno” en cualquier momento de la vida. No importa cuán desgastadas estén las piezas o cuánto tiempo haya pasado sin mantenimiento, siempre podemos detenernos, escuchar el ruido del motor y empezar a reparar.
Cuando ajusto una pieza en el motor o cuando ajusto un patrón de pensamiento en la consulta, sé que nunca es tarde. Pero también sé que, como en la mecánica, el tiempo es crítico. Cuanto antes se haga el ajuste, menos daños colaterales habrá que reparar. La clave está en escuchar las señales, en no ignorar el ruido, en asumir la responsabilidad y decidir conscientemente no repetirnos. Así, quizás, podamos avanzar, no solo como individuos, sino como una cadena humana que aprende, evoluciona y finalmente se libera de sus ciclos repetitivos.
En la mecánica, a veces un ajuste a tiempo evita que todo el motor colapse. En la vida, un cambio a tiempo puede detener un ciclo que, de no ser así, continuará resonando en generaciones futuras. La crianza consciente no es perfecta, pero sí intencional. Se trata de un recordatorio de que cada acción deja una huella. Al cultivar un entorno amoroso y coherente, ayudamos a nuestros hijos a construir un futuro lleno de posibilidades, integridad y propósito. En última instancia, nuestras acciones no solo moldean el futuro de nuestros hijos, sino que también definen el legado que dejamos en el mundo. Cuando uno tiene hijos, ya la vida no se trata de uno, se trata de romper ciclos maladaptativos.