miércoles, 11 de enero de 2017

Mi adolescencia (un extracto)


Mi nombre es Oscar Meléndez. Nací en Río Piedras, pero crecí en Carolina. Soy el mayor de tres hermanos y viví mi infancia rodeado de animales, ya que mi padre era ganadero. Mi niñez estuvo marcada por las experiencias cotidianas de un barrio vibrante, lleno de vida y personajes que dejaron huellas imborrables en mi memoria.

Para agosto de 1998, tenía trece años y cursaba estudios en la escuela pública Dr. Facundo Bueso, que actualmente está cerrada. La escuela estaba ubicada en una zona rodeada por dos caseríos: Catañito Gardens y “El Cabro”, además de la comunidad conocida como “El Ingenio”. La vida, como sabemos, está llena de percepciones, y cada persona construye su realidad según sus experiencias. Para mí, aquella época fue una etapa forjada en la cancha: a veces jugando y, otras, peleando.

Mis ratos de diversión eran físicos, intensos y comunitarios. Jugábamos a lanzar una botella contra las ramas de un árbol hasta que se rompiera, nos reuníamos en grupo para tirar pesetas a la pared, donde el que más cerca lograba colocarlas ganaba el dinero. Visitábamos la construcción del Carolina Shopping Court y jugábamos a la guerra tirándonos piedras unos a otros. Otro lugar popular era Plaza Carolina, donde solíamos jugar maquinitas en un negocio atendido por “Mostro”, un personaje bien conocido en el área.

Recuerdo también a un vendedor ambulante que recorría las calles en su guagua ofreciendo productos de cocina: “huevo, pollo”. Cuando alguien le gritaba “¿Lleva alas?”, el hombre respondía con una catarsis de improperios. Esos eran tiempos en los que la diversión era más física y directa. Le gritábamos apodos a los personajes locales para luego salir corriendo antes de que pudieran alcanzarnos. Entre esos personajes estaban "Piraña", "La Picúa", y "Chapi", quienes formaban parte de ese imaginario colectivo que todos conocíamos.

En esos días, pocas personas tenían consolas de videojuegos, ya que eran costosas y, además, no resultaban tan interesantes como estar en la calle jugando en grupo. Subíamos a los árboles de la iglesia Bautista de Carolina, convirtiéndolos en una jungla improvisada. Los más valientes se trepaban mientras otros les lanzaban cosas para hacerlos caer.

Otro recuerdo especial de esa época es el sobrino de Felipe Birriel, “El Gigante de Carolina”. Verlo jugar baloncesto era un espectáculo. Su altura y destreza intimidaban a los demás, y era común ver a los equipos disputándose la oportunidad de tenerlo en su equipo.

Para ese entonces, mi padre me había comprado un perro de raza pitbull que se convirtió en mi compañero fiel y ocupaba gran parte de mi tiempo libre. También desarrollé una afición por el surf. Aunque cortaba clases para ir a la playa, esa rebeldía juvenil nunca afectó mi desempeño académico.

Cuando reflexiono sobre mi adolescencia y la comparo con la de los jóvenes de hoy, me inquieta pensar en lo que será de las futuras generaciones. Me pregunto si el sedentarismo seguirá aumentando y si los adolescentes de hoy, que parecen más conectados a las pantallas que a la realidad, carecerán de esos juegos catárticos que fueron esenciales para mi desarrollo.

Desde una perspectiva psicodinámica, esos juegos y experiencias contribuyen al desarrollo de las creencias medulares o core beliefs, que son fundamentales en la formación de la personalidad individual. Estas experiencias de interacción social en la infancia y la adolescencia no solo fortalecen el cuerpo, sino también la mente y el espíritu. Me pregunto si, al perder esos momentos de exploración, riesgo y catarsis, las futuras generaciones también perderán una parte esencial de su desarrollo emocional y social.

El mundo ha cambiado, y con él, los adolescentes. Pero espero que, de alguna manera, los jóvenes de hoy encuentren nuevas formas de forjar sus creencias medulares, aquellas que les permitan construir una identidad sólida y afrontar los retos de la vida con valentía y resiliencia, como lo hicimos nosotros en aquellas canchas de Carolina.

martes, 10 de enero de 2017

El Pitirre

Los Estados Unidos eligieron al águila como emblema patriótico, un símbolo de fuerza y libertad. Aquí en Puerto Rico, algunos escritores locales han debatido sobre cuál debería ser nuestra ave emblemática. Mientras unos sugieren el pitirre por su valentía, otro autor nos comparó con un “barril de jueyes”, una metáfora que alude a la falta de unidad y el deseo de sobresalir a costa del otro. Sin embargo, considero que el puertorriqueño, más que un águila o un juey, es como el pitirre: pequeño, pero audaz y capaz de enfrentarse a cualquier adversario, incluso al más poderoso.

A lo largo de nuestra historia, hemos aprendido a menospreciarnos, adoptando una narrativa de inferioridad frente al mundo. Pero la realidad es que la diversidad genética que llevamos en la sangre nos hace destacar en todos los ámbitos: desde lo deportivo hasta lo intelectual. La competencia, vista como una manifestación de progreso comercial, genera ventas y ganancias, pero en Puerto Rico, la solidaridad y la empatía son cualidades que nos diferencian. ¿Cuántas veces hemos visto a un boricua detenerse desinteresadamente para ayudar a alguien a empujar un auto averiado? ¿Cuántas veces hemos oído un "ay bendito" que, aunque nos jode individualmente, refleja nuestra compasión innata?

Sí, existen personas malas, como en todas las culturas, pero eso no define a Puerto Rico. No somos ni changos ni jueyes. Es nuestro deber fortalecer nuestra autoestima colectiva porque tenemos muchas razones para sentirnos orgullosos. Desde nuestros logros deportivos hasta nuestras contribuciones intelectuales, somos un pueblo que brilla con luz propia.

Estados Unidos puede percibirse como un gran negocio, pero como boricuas, nuestro valor no depende de ellos. Desde nuestras raíces africanas hasta la mezcla de diversas razas y culturas, hemos heredado una fuerza, una creatividad y una inteligencia que nos hacen únicos. Somos como el pitirre que, sin importar su tamaño, enfrenta al halcón para protegerse. Esta valentía y determinación están en nuestro ADN.

Es crucial cambiar nuestra imagen desde adentro. El que se proyecta como inferior termina internalizando ese complejo. Pero quien se proyecta con grandeza, progresa. Ya es hora de auto valorarnos por lo que realmente somos. Aunque nuestra isla sea pequeña, nos destacamos en todo lo que hacemos. Tenemos un corazón más grande de lo que imaginamos, y un solo puertorriqueño decidido es capaz de lograr cosas extraordinarias. La historia lo demuestra: desde la defensa en el Faro de Fajardo hasta la gesta heroica del Capitán Correa en Arecibo, hemos demostrado nuestro coraje y lealtad. Por eso, Estados Unidos nos considera aliados. No somos súbditos, somos aliados. Y esa distinción es importante.

Debemos mantener la frente en alto y el corazón hinchado de orgullo, no solo cuando Mónica Puig gana una medalla de oro o cuando Félix “Tito” Trinidad sube al ring. Cada boricua, en su individualidad, es grande. Ya es tiempo de dejar de compararnos con lo pequeño y de reconocer que, entre los pequeños, habemos grandes. Somos como el pitirre, que se enfrenta sin miedo y le "mete las cabras a cualquiera".

Es hora de cambiar nuestra narrativa. ¡Que nadie nos diga lo contrario!

lunes, 9 de enero de 2017

Madres "Z"



En este escrito, elaboro una crítica sobre un fenómeno observado en Puerto Rico durante 2016. Nuestra isla, con aproximadamente tres millones de habitantes, ha experimentado un aumento en la crianza a cargo de madres solteras, fenómeno que he decidido denominar “Madres Z” por su alta incidencia generacional en esta época. Mi análisis se centra en contrastar el ámbito social con una perspectiva psicoanalítica, aplicando los conocimientos adquiridos a lo largo de mi formación, en particular los proporcionados por el Círculo Psicoanalítico de Puerto Rico, como parte de mi desarrollo como futuro psicólogo clínico.

Uno de los comportamientos más recurrentes entre las madres solteras es la tendencia a autoproclamarse como “mamá y papá”. Este discurso, que ha ganado fuerza en diversos escenarios, especialmente en redes sociales, parece señalar una necesidad de compensar una falta. Desde el psicoanálisis, considero que la figura paterna es fundamental para el desarrollo psíquico del niño, ya sea en su forma simbólica, imaginaria o real. Aunque el rol del padre ha sido subestimado socialmente, su presencia sigue siendo esencial.

En este contexto, la madre desempeña un papel crucial en la introducción del significante “Padre” al niño. Para el psicoanálisis, este término condensa múltiples significados y es un concepto fundamental en la obra de Freud. El niño necesita saber si fue deseado o no, y en caso de no haberlo sido, debe transitar esa falta de manera que no genere incertidumbre o desprecio, evitando así la creación de un “fantasma”, término que uso para describir cómo el niño construye su concepción de sí mismo en el mundo.

Por otro lado, los hombres en la actualidad pueden estar enfrentando un fenómeno de misandria, o discriminación hacia el género masculino. Si bien el feminismo ha sido clave para promover mayores derechos y tolerancia hacia las mujeres, también ha dejado a los hombres en una posición de aislamiento, donde son más propensos a ser discriminados.

El lenguaje, en este contexto, cobra una importancia particular. Si bien históricamente se ha asociado al hombre con la agresión física, las mujeres también poseen un medio poderoso de castigo: la palabra. Cuando la palabra se utiliza de manera negativa, puede ejercer un efecto destructivo, especialmente en los niños, desestabilizando tanto la moral del padre como el psiquismo del menor.

Cuando me refiero a la “castración”, un concepto central en Freud, aludo al poder que tiene la palabra materna para prohibir simbólicamente la presencia del padre, condenando al niño a un trauma que puede perpetuarse por generaciones. Este proceso es clave en la estructura psíquica del niño, ya que marca límites y genera significados que influyen en su desarrollo.

Desde una perspectiva histórica, es interesante cómo el Lamarckismo aporta una visión evolutiva vinculada a lo social. Lamarck postulaba que los organismos heredan cualidades adaptativas para su supervivencia, un concepto que puede trasladarse al contexto psicosocial de la crianza. Asimismo, los hallazgos de Paul Ekman sobre la universalidad de los gestos faciales, y la idea freudiana de que estos gestos provienen del inconsciente, sugieren que las emociones y las interacciones sociales moldean nuestro comportamiento desde una falta estructural que todos compartimos.

En este sentido, el “fantasma” que cada persona crea está directamente relacionado con la interacción con los demás y con lo que Lacan denomina el “Gran Otro”, ese marco simbólico que estructura nuestra realidad. Crecer sin conocer el discurso que nos trajo al mundo es comparable a intentar construir una casa sin saber qué es la madera. La ausencia de un discurso adecuado, o la presencia de uno falso, puede derivar en un vacío existencial, como describió Viktor Frankl, o en un trauma, según Freud. La forma en que una madre comunica ese discurso resulta determinante para que el niño pueda construir un “fantasma” que esté alineado con la realidad.

Es lamentable observar que en Puerto Rico no exista una cultura psicoanalítica más desarrollada ni se promueva este tipo de conocimiento desde edades tempranas. Personalmente, comparo el psicoanálisis con “La Dama Filosofía” de Boecio, quien en su obra La Consolación de la Filosofía dialoga con una figura femenina en sus momentos más difíciles. Más que una etapa de logoterapia, Boecio parece haber atravesado un proceso psicoanalítico. Abrir la mente a estos conocimientos nos brinda la oportunidad de confrontar nuestro “fantasma” y avanzar en nuestro desarrollo personal.




Referencias:

Boecio, & Bergua, J. B. (2010). Los Estoicos: Boecio: De La Consolación Por La Filosofía. La Crítica Literaria.

Ekman, P., & Davidson, R. J. (1994). The Nature of Emotion: Fundamental Questions. Oxford University Press, USA.

Sayers, J. (2003). Viktor Frankl. In Divine Therapy (pp. 129–147).

Teoría de la evolución de Lamarck (Lamarckismo) - Almimediterráneo. (n.d.). Retrieved December 18, 2016.

Vida y pérdida



La vida es un intervalo de tiempo matizado por un constante vaivén de ganancias y pérdidas. Aunque a lo largo del camino obtenemos muchas cosas, son las pérdidas las que más nos marcan, las que nos hacen sufrir y reflexionar sobre nuestra propia fragilidad. Si miramos la vida desde esta perspectiva, podríamos decir que llegamos al mundo perdiendo. Perdemos un lugar seguro en el útero materno, perdemos la placenta que nos nutrió, perdemos la paz de ese entorno protegido y entramos en un mundo de caos. Perdemos dientes, perdemos amigos, perdemos cosas materiales… pero hay una pérdida que, desde pequeños, tememos más que ninguna otra. Esa pérdida es la que hoy, mi querida amiga, te toca enfrentar: la pérdida de mamá.

La madre es el primer personaje en nuestras vidas, la figura que lleva la estandarte de nuestro futuro. Es quien nos codifica la vida desde el momento en que nacemos, quien nos enseña el lenguaje del amor, del consuelo y del cuidado. La madre es la nodriza, el primer modelo de vida, el espejo en el que nos miramos para descubrir quiénes somos. Su ausencia deja un vacío inmenso, una herida que, aunque cierre con el tiempo, siempre nos recuerda la profundidad del vínculo que tuvimos.

Desde lo más profundo de mi ser, quiero expresarte mi más sincera empatía. Sé que no existen palabras que puedan aliviar el dolor que hoy sientes. Pero también sé que el amor de una madre nunca desaparece. Ella vive en ti, en cada gesto que aprendiste, en cada recuerdo que atesoras y en cada enseñanza que dejó en tu corazón.

Freud decía que la meta final de todo ser humano es regresar al estado inorgánico, ese reposo eterno al que inevitablemente nos dirigimos. Sin embargo, es una idea que nuestra mente rechaza, y en esa negación radica gran parte de nuestro sufrimiento. Por eso, amiga mía, te pido que no caigas presa de la melancolía. Permítete llorar, sentir y sufrir esta pérdida, pero también permítete sanar y encontrar consuelo en los momentos compartidos, en los recuerdos que perdurarán.

Mamá vive en ti. Vive en tus risas, en tus palabras, en los valores que te inculcó y en el amor que te regaló. Honra su memoria continuando su legado, viviendo con la misma fuerza y amor que ella te brindó. Aunque hoy el dolor sea intenso, ten presente que el tiempo transforma las heridas en cicatrices, y esas cicatrices son los recordatorios de que amamos profundamente.