La terapia, desde mi perspectiva, se puede concebir como un espacio de auto-reflexión acompañada, donde el individuo se sumerge en un proceso de exploración personal en busca de comprender sus propias estructuras mentales y emocionales. Mi formación se caracterizó dentro del marco analítico lacaniano. El enfoque lacaniano se erige sobre el pilar del lenguaje y el espacio terapéutico se caracteriza por su ausencia de juicios, permitiendo al sujeto expresarse libremente sin temor a la crítica externa.
Fundamentalmente, la confidencialidad es una ley que reglamenta la disciplina de la psicología donde el paciente se debe sentir seguro y poder compartir sus experiencias más íntimas y vulnerables. Esta confidencialidad es vital para establecer un ambiente de confianza mutua entre el terapeuta y el paciente, facilitando así la exploración profunda de los conflictos internos.
La terapia no solo busca adquirir destrezas o resolver problemas concretos, sino que va más allá, buscando conectar con el "otro", un encuentro que trasciende las limitaciones del lenguaje convencional. Lacan enfatizó el valor del lenguaje como un factor crítico en el proceso terapéutico, ya que es a través de la palabra que se construyen significados, se articulan las experiencias y se revelan los deseos inconscientes.
La irreductibilidad del ser, un concepto fundamental de Emmanuel Kant y yo le encuentro su utilidad en la terapia, como una invitación a explorar las complejidades y contradicciones inherentes a la condición humana, sin devaluar al ser. En este sentido, la terapia no busca simplificar ni reducir la experiencia humana, sino más bien profundizar en su complejidad y multiplicidad.
En resumen, es un proceso dinámico y profundo, donde el individuo tiene la oportunidad de explorar su mundo interno, conectarse con el "otro" y confrontar las dimensiones más profundas de su existencia, todo ello a través del poder transformador del lenguaje y la confianza en el espacio terapéutico.
Por: Oscar Meléndez, Psy. D.

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