La vida es un intervalo de tiempo matizado por un constante vaivén de ganancias y pérdidas. Aunque a lo largo del camino obtenemos muchas cosas, son las pérdidas las que más nos marcan, las que nos hacen sufrir y reflexionar sobre nuestra propia fragilidad. Si miramos la vida desde esta perspectiva, podríamos decir que llegamos al mundo perdiendo. Perdemos un lugar seguro en el útero materno, perdemos la placenta que nos nutrió, perdemos la paz de ese entorno protegido y entramos en un mundo de caos. Perdemos dientes, perdemos amigos, perdemos cosas materiales… pero hay una pérdida que, desde pequeños, tememos más que ninguna otra. Esa pérdida es la que hoy, mi querida amiga, te toca enfrentar: la pérdida de mamá.
La madre es el primer personaje en nuestras vidas, la figura que lleva la estandarte de nuestro futuro. Es quien nos codifica la vida desde el momento en que nacemos, quien nos enseña el lenguaje del amor, del consuelo y del cuidado. La madre es la nodriza, el primer modelo de vida, el espejo en el que nos miramos para descubrir quiénes somos. Su ausencia deja un vacío inmenso, una herida que, aunque cierre con el tiempo, siempre nos recuerda la profundidad del vínculo que tuvimos.
Desde lo más profundo de mi ser, quiero expresarte mi más sincera empatía. Sé que no existen palabras que puedan aliviar el dolor que hoy sientes. Pero también sé que el amor de una madre nunca desaparece. Ella vive en ti, en cada gesto que aprendiste, en cada recuerdo que atesoras y en cada enseñanza que dejó en tu corazón.
Freud decía que la meta final de todo ser humano es regresar al estado inorgánico, ese reposo eterno al que inevitablemente nos dirigimos. Sin embargo, es una idea que nuestra mente rechaza, y en esa negación radica gran parte de nuestro sufrimiento. Por eso, amiga mía, te pido que no caigas presa de la melancolía. Permítete llorar, sentir y sufrir esta pérdida, pero también permítete sanar y encontrar consuelo en los momentos compartidos, en los recuerdos que perdurarán.
Mamá vive en ti. Vive en tus risas, en tus palabras, en los valores que te inculcó y en el amor que te regaló. Honra su memoria continuando su legado, viviendo con la misma fuerza y amor que ella te brindó. Aunque hoy el dolor sea intenso, ten presente que el tiempo transforma las heridas en cicatrices, y esas cicatrices son los recordatorios de que amamos profundamente.

Que hermosa reflexión. La profunda noción de lo que es vivir, la jornada de encuentros y desencuentros.
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