viernes, 31 de enero de 2025

El Crepúsculo de los Valores

A lo largo de mi carrera he escuchado historias que revelan una verdad incómoda: la sociedad actual patologiza la firmeza, la integridad y los principios. Veo llegar a mi consulta personas que no encajan, que sienten que algo anda mal con ellas porque el mundo les dice que sus valores son obsoletos, que su forma de pensar es una resistencia innecesaria ante una cultura que se jacta de su relativismo. Pero la realidad es otra: no es que ellos estén mal, sino que vivimos en un tiempo donde los valores han sido socavados hasta el punto de convertirse en anomalías.

Nietzsche lo predijo con claridad. En su diagnóstico del hombre moderno, habló del nihilismo como una enfermedad inevitable tras la muerte de Dios, de cómo el vacío moral nos conduciría a la glorificación del conformismo y la mediocridad. Vemos hoy los frutos de esa predicción: una sociedad donde la autodisciplina es vista como opresión, donde la fuerza de carácter se tacha de toxicidad, y donde el esfuerzo se reemplaza por la demanda de validación externa. En este contexto, no es extraño que surjan voces que, desde distintas trincheras, intentan rescatar lo que se ha perdido.

Uno de esos personajes es Temach, quien, con su estilo directo y polémico, ha construido un discurso que irrita precisamente porque desafía la norma. Su mensaje de autodominio, responsabilidad y liderazgo masculino desentona en un mundo que ha enseñado a los hombres a sentirse culpables por existir. Muchos de los jóvenes que escucho en consulta no encajan porque se niegan a aceptar la versión domesticada de la masculinidad que se les impone: quieren aspirar a más, construir con solidez, pero se encuentran con un entorno que les dice que eso está mal, que deben diluirse en la comodidad de la inacción. ¿El resultado? Un estado de parálisis disfrazado de progresismo, donde cualquier intento de afirmación personal es visto como una amenaza.

Del otro lado está Buika, una mujer que no sigue las reglas del discurso prefabricado que la sociedad le ha impuesto. Como mujer negra, fácilmente podría haberse apropiado de la narrativa de la victimización, pero en lugar de eso, ha elegido un camino distinto: el de la autenticidad. Su mensaje no es de resentimiento ni de lucha contra enemigos imaginarios, sino de la construcción de una identidad sólida basada en la verdad personal y en principios firmes. No es casualidad que en un mundo donde la identidad se vuelve fluida al punto de perder todo significado, su mensaje sea una disonancia incómoda.

El problema es que estas voces, en lugar de ser escuchadas con apertura, son atacadas. No porque lo que digan sea inherentemente violento, sino porque exponen una fragilidad colectiva. La sociedad moderna ha construido un sistema de valores basado en la complacencia, donde cualquier idea que exija esfuerzo, disciplina o sacrificio es percibida como opresiva. Lo veo en consulta constantemente: personas que han sido etiquetadas con diagnósticos que no reflejan una patología real, sino el malestar de vivir en una cultura que castiga la excelencia y premia la vulnerabilidad excesiva. La depresión, la ansiedad y el vacío existencial de muchos de mis pacientes no provienen de una falla interna, sino de un entorno que les ha arrebatado las herramientas para construir sentido.

Nietzsche advertía sobre el último hombre, ese ser satisfecho con su mediocridad, temeroso de cualquier desafío, buscando placer sin propósito y evitando cualquier tipo de esfuerzo que lo saque de su zona de confort. Hoy, ese último hombre es la norma. Se le celebra, se le da poder, se le ofrece un mundo sin límites donde cualquier frustración es vista como una injusticia en lugar de un reto. Y quienes no encajan en ese molde son aislados, ridiculizados o, peor aún, diagnosticados con alguna forma de "inadaptación".

En este escenario, la resistencia es inevitable. No hablo de un regreso ingenuo a valores caducos ni de una nostalgia por un pasado que tuvo sus propios problemas, sino de la necesidad de forjar una nueva ética basada en la voluntad, en la reafirmación de principios sólidos y en el rechazo al nihilismo complaciente. El problema no es la modernidad en sí, sino el desmantelamiento del carácter que ha traído consigo. Y si bien voces como las de Temach o Buika pueden parecer distantes entre sí, ambas cumplen un rol esencial: recordarnos que aún es posible elegir el esfuerzo sobre la comodidad, la autenticidad sobre la aceptación masiva y la dignidad sobre la complacencia.

Cada vez que escucho en consulta a alguien que se siente alienado por no encajar en la cultura actual, lo que veo no es a un paciente con una patología, sino a un individuo en lucha contra la mediocridad impuesta. Y mi mensaje siempre es el mismo: no estás loco, no estás roto, simplemente el mundo ha cambiado de tal forma que ser íntegro se ha convertido en un acto de rebelión.

La pregunta es si nos rendimos ante la decadencia o nos atrevemos a resistir.


El fantasma y la trayectoria dinámica: una reflexión desde la Española y una familia extendida

Siguiendo la teoría freudiana del fantasma y en consonancia con los planteamientos lacanianos, podemos afirmar que nuestra vida está marcada por una búsqueda perpetua de aquello que nos falta. Esta "falta" no es un vacío literal, sino una estructura que organiza nuestro deseo. Los mecanismos de defensa que desarrollamos actúan como brújulas internas, diseñadas para mantener viva esa falta mientras nos protegen de confrontarla directamente. Sin embargo, esta función es ilusoria, ya que está mediada por nuestras percepciones individuales y sesgadas sobre lo que creemos necesitar o anhelar.


El 29 de diciembre de 2024 viví una experiencia que ejemplifica esta dinámica. Observaba una abuela, compartir momentos con sus hermanas, hijos y nietos en la piscina. En medio de esta escena familiar, fui invadido por una emoción que no lograba descifrar en ese momento: una mezcla de nostalgia y algo profundamente arraigado, casi olvidado a lo largo de mis casi 50 años de vida. Este sentimiento surgió a pesar de los mecanismos de defensa que he construido a lo largo de los años y del trabajo realizado en mi propio proceso analítico. Como señaló Freud en su obra Análisis Terminable e Interminable (1937), el análisis nunca termina; siempre quedan aspectos inconscientes que permanecen inexplorados debido a la complexidad del psiquismo humano.


En mi práctica clínica, he observado dinámicas intergeneracionales donde padres jóvenes critican las crianzas tradicionales, juzgando las decisiones de sus padres desde perspectivas actuales sin comprender plenamente el contexto en el que esas decisiones fueron tomadas. Aquí surge la metáfora de Nietzsche sobre el Übermensch (el superhombre) como una figura no de superioridad, sino de trascendencia. Para Nietzsche, el superhombre representa al individuo que logra superar las limitaciones impuestas por la moral y las tradiciones establecidas, no eliminándolas o rechazándolas, sino transformándolas en algo más elevado. Este concepto nos recuerda que, para trascender las fallas del pasado, no debemos destruir lo que fue, sino aprender de ello, integrarlo y mejorarlo.


En esta línea, Nietzsche argumenta en Así habló Zaratustra que el superhombre surge cuando uno es capaz de aceptar las cargas del pasado y transformarlas en herramientas para el futuro. Este proceso no es una condena al pasado, sino un acto de reconciliación y aprendizaje. La crítica indiscriminada hacia los padres, como frecuentemente surge en consulta, es un reflejo de nuestras propias carencias y fantasmas. Los padres hicieron lo que pudieron con lo que tenían, enfrentando sus propias limitaciones y circunstancias. En lugar de culparlos, debemos entender que nuestras carencias son, en gran medida, herencias dinámicas de un sistema familiar en evolución.


Mientras observaba la escena en la piscina, con mi hija jugando cerca, la llegada de otros familiares tras un largo viaje y mi mejor amigo ofreciéndome un trago, me enteré de un conflicto familiar que afectaba a una de las hermanas de otro familiar: unos abuelos aislados por una hija en un acto que percibían extremadamente doloroso e injusto. Este evento resonó conmigo de manera inesperada, trayendo a la superficie antiguos fantasmas que creía haber dejado atrás. Este "inconsciente que insiste", como diría Lacan, demuestra cómo las vivencias actuales pueden reconfigurar y reactivar construcciones psíquicas del pasado. Nietzsche diría que aquí yace la oportunidad de trascendencia: transformar los rencores heredados en sabiduría y empatía.


En este contexto, las ideas de Vigotsky sobre el desarrollo próximo y el “make-believe speech” ofrecen una conexión invaluable. Vigotsky describió cómo el habla imaginativa en la infancia —aquella que se da en juegos simbólicos— se convierte progresivamente en habla interna, una forma de autorregulación cognitiva. Sin embargo, en momentos de estrés, este habla interna puede emerger nuevamente como verbalizaciones externas, evidenciando una regresión temporal a formas más básicas de procesamiento. Esto resuena con mi concepto de trayectoria dinámica: procesos internos que, aunque integrados en etapas previas, pueden reactivarse y manifestarse de nuevas maneras ante circunstancias desafiantes o cómo dice ese refrán de…”cuando la piedra está para el perro, por más que corra y se esconda…comoquiera lo alcanza”.


Pavlov también describió procesos internos de inhibición como mecanismos esenciales para la regulación de respuestas conductuales. Estos procesos, como las trayectorias dinámicas que planteo, son flexibles y adaptativos, pero también frágiles ante cambios en el entorno o aumentos en la carga emocional. La inhibición, según Pavlov, no es la ausencia de respuesta, sino una actividad activa y necesaria para la reorganización del sistema nervioso. Cuando esta inhibición falla, emergen respuestas impulsivas o desorganizadas, como sucede con los patrones familiares de culpa y recriminación que observo en consulta.


El Übermensch de Nietzsche no culpa ni se detiene en las fallas del pasado; busca transformarlas en algo nuevo y significativo. En este sentido, personajes como Jon Snow en Game of Thrones encarnan esta idea al negarse a condenar a las generaciones futuras por los errores de las pasadas. Snow entiende que los padres a menudo hacen lo que pueden con los recursos disponibles, y que el verdadero acto de liderazgo radica en romper ciclos, no perpetuar resentimientos.


Aquí surge el concepto de "trayectoria dinámica". Más allá de los planteamientos de Vigotsky, Pavlov y Nietzsche, propongo entender esta idea como la capacidad de los fantasmas psíquicos y procesos intergeneracionales para mutar y reaparecer a lo largo de la vida. La vida, con su curso impredecible, reactiva y transforma estas construcciones, recordándonos que siguen presentes, incluso después de ser "procesadas". La trascendencia, como Nietzsche sugiere, no es el rechazo del pasado, sino su integración en una visión más amplia y rica de lo que podemos llegar a ser.


El análisis psicoanalítico, lejos de ofrecer un cierre definitivo, es comparable al río loco de Guánica: fluye y cambia de curso, confrontándonos con nuevas formas de entender nuestros deseos y faltas. La trayectoria, entonces, no es una meta fija, sino un recordatorio dinámico de que la vida está en constante movimiento, llevando consigo nuestras historias, fantasmas y posibilidades de transformación.


Escenas aparentemente simples, como la de ese día en la piscina, esconden resonancias profundas que nos conectan con lo que hemos sido, con lo que deseamos y con lo que aún no comprendemos plenamente. En su complejidad, la vida nos invita a seguir navegando en ese río cambiante, siempre en movimiento, siempre vivo y cómo para todos y cada uno de nosotros atraviesa.


Con este escrito trato de dar a entender que muchas veces en la vida de todos, esas piedras siguen llegando hasta alcanzarnos. El trabajo está en observar, aceptar, mejorar y no batallarlas, porque van a continuar cómo lo que son, una trayectoria dinámica. Por eso no se debe atacar, al atacar se sostiene la retaliación. Cómo dijo tío Kenny, “no se le debe dar munición”... en esos casos, a la carencia de un deseo o lo que puede ser un fantasma.


Las personas van a defender ese fantasma con uñas y dientes.



Referencias:


Freud, S. (1937). Analysis Terminable and Interminable. En The Standard Edition of the Complete Psychological Works of Sigmund Freud (Vol. 23, pp. 209-253). Londres: Hogarth Press.


Nietzsche, F. (1883-1885). Así habló Zaratustra. Leipzig: E. W. Fritzsch.


Pavlov, I. P. (1927). Conditioned Reflexes: An Investigation of the Physiological Activity of the Cerebral Cortex. Oxford University Press.


Thelen, E., & Smith, L. B. (1994). A Dynamic Systems Approach to the Development of Cognition and Action. MIT Press.


Vygotsky, L. S. (1978). Mind in Society: The Development of Higher Psychological Processes. Harvard University Press.


Weiss, D. B., & Benioff, D. (Creadores). (2011-2019). Game of Thrones. HBO. Basado en las novelas de George R. R. Martin, A Song of Ice and Fire.




jueves, 30 de enero de 2025

La Desvalorización del Símbolo: El Uso Inapropiado de la Bata Blanca


La bata blanca ha sido históricamente un símbolo de autoridad y competencia en el ámbito de la salud, con una jerarquía bien definida en su uso dentro de los hospitales. Tradicionalmente, la bata larga distingue al médico de mayor rango, facilitando el reconocimiento del liderazgo clínico y evitando confusiones dentro del equipo multidisciplinario. Sin embargo, en los últimos años, este código ha sido erosionado por la apropiación indiscriminada de la bata por profesionales que no la requieren en su ejercicio o que buscan proyectar un estatus que no poseen.

Profesionales de áreas ajenas a la medicina han adoptado la bata blanca sin justificación práctica. Psicólogos, farmacéuticos, fisioterapeutas y otros especialistas han empezado a utilizarla como una herramienta de validación en lugar de como una prenda funcional. Este fenómeno refleja, en muchos casos, una inseguridad profesional, donde la bata se convierte en un símbolo de autoridad prestada en lugar de una necesidad derivada de la naturaleza del trabajo.

El problema se agrava con el uso indebido de la bata larga por parte de niveles intermedios de la práctica médica, como los nurse practitioners y otros profesionales de rango medio. La tradición hospitalaria reservaba la bata larga para los médicos de mayor jerarquía, precisamente para que el personal y los pacientes pudieran identificar claramente quién lidera el manejo clínico. El uso de esta bata por parte de profesionales en formación o con autonomía limitada no solo genera confusión, sino que también devalúa el significado del símbolo.

La apropiación de la bata larga por mid-levels y otros profesionales no médicos refleja, en muchos casos, un intento de suplir una percepción de inferioridad dentro de la jerarquía hospitalaria. En lugar de centrarse en sus competencias específicas y en su rol dentro del sistema de salud, algunos buscan proyectar una imagen de mayor autoridad de la que realmente poseen. Esta dinámica genera un problema de percepción tanto entre colegas como entre los pacientes, quienes pueden asumir erróneamente que alguien con una bata larga tiene la misma formación y capacidades que un médico especialista.

Cuando el significado de la bata blanca se diluye, su utilidad en los hospitales se degrada. Si cualquier profesional puede usar una bata larga, entonces deja de ser un indicador confiable de experiencia y liderazgo clínico. Esta confusión puede tener repercusiones en la seguridad del paciente, especialmente en situaciones críticas donde la toma de decisiones rápida depende de la identificación clara de roles dentro del equipo.

La bata blanca, y en especial la bata larga, no debería ser un accesorio de validación personal, sino una herramienta funcional dentro del hospital. Su uso indiscriminado refleja más un problema de identidad profesional que una necesidad real. La solución no radica en prohibir su uso, sino en reforzar la educación sobre la jerarquía y las funciones dentro del sistema de salud. La autoridad y el reconocimiento deben provenir del conocimiento y la experiencia, no de una prenda.

viernes, 3 de enero de 2025

LGBT & Religion en la disciplina de la Psicología.



La espiritualidad ha sido definida como una fuerza animadora en la vida humana que puede o no estar vinculada a una religión específica. La religión, en sus múltiples formas, tiene el potencial de impactar la vida de las personas tanto de manera positiva como negativa. Este impacto no excluye a la población LGBT. La religión representa un acercamiento sistemático hacia la espiritualidad y contiene enseñanzas morales que varían según su origen y doctrina.

Cuando una persona comienza a cuestionar su sexualidad bajo paradigmas religiosos tradicionales, pueden manifestarse procesos similares a los de aculturación. La persona podría experimentar confusión o crisis interna que, de resolverse, le lleva a atribuirse una identidad más congruente consigo misma. Este proceso de identidad, sin embargo, no siempre es lineal. Las personas también pueden atravesar etapas de revaluación y síntesis de su identidad. Aunque los estudios en esta área son limitados, muchos señalan que la negación puede ser uno de los primeros mecanismos de afrontamiento utilizados. No obstante, lo que sí es evidente es que la aceptación de la orientación sexual y la religión independientemente, se asocian con mejores resultados en salud mental, como una reducción de la depresión y la ansiedad, una disminución de los problemas de conducta, y un aumento en la esperanza, el optimismo y la autoestima.

Uno de los modelos que aborda estos procesos, es el modelo FAITH. Éste desglosa la experiencia de las personas LGBT en cinco pasos: Atracción, Internalización, Externalización, Transición y Alivio. Este modelo comienza considerando que cada individuo es único y que su proceso está mediado por su entorno social. El segundo paso implica explorar la experiencia subjetiva de atracción que siente la persona. El tercer paso se centra en el significado que la persona otorga a esa atracción y cómo impacta sus propios valores y creencias. Esto conduce al cuarto paso, la transición hacia la aceptación de su orientación, y finalmente, al alivio del posible trauma psicológico que haya podido experimentar. Sin embargo, se han identificado varios obstáculos en la aplicación de este modelo, siendo uno de los principales la falta de competencias clínicas adecuadas por parte de los terapeutas, quienes a veces, debido a sus propios valores religiosos, no se sienten preparados o dispuestos a trabajar con la población LGBT.

Desde una perspectiva ética, los profesionales de la salud mental deben mantenerse neutrales en temas que generan divisiones ideológicas. Sin embargo, en los Estados Unidos, la psicología ha adoptado una postura afirmativa que puede interpretarse como parcializada. Esta postura ha llevado a que algunas teorías sobre la homosexualidad queden en la sombra, como el modelo DUCTS (Developmental, Unlearning, Choice, Trauma, and Social Influence) que considera múltiples factores en la orientación sexual, y la teoría del aprendizaje social, que plantea que la orientación sexual puede estar influenciada por interacciones sociales y experiencias tempranas (Moberly, 1983; Zucker & Spitzer, 2005). Además, la teoría de esquemas de género de Bem (Bem, 1996) propone que la orientación sexual es un producto de cómo las personas organizan la información sobre género en sus mentes, pero estas ideas han sido desestimadas en favor de una narrativa única.

El problema radica en que la psicología moderna, al proclamarse aliada de ciertos grupos, ha abandonado su principio de neutralidad. Esta alineación ideológica promueve una polarización que puede herir a personas que no comparten esas creencias. La ética profesional exige que los psicólogos brinden un tratamiento equitativo a todos, independientemente de sus creencias, valores o ideologías personales. Adoptar una postura afirmativa unilateral puede alienar a ciertos pacientes y socavar la confianza en la práctica clínica.

En este sentido, es preocupante que la psicología se haya alineado con lo que algunos llaman una agenda woke, promoviendo únicamente modelos que refuerzan una narrativa específica mientras ignoran modelos alternativos que podrían enriquecer el debate académico y la práctica clínica. Esto no solo limita el acceso a información diversa, sino que también restringe las posibilidades de los pacientes para explorar y entender su identidad desde múltiples perspectivas.

Un modelo afirmativo debería, en teoría, ayudar a las personas a explorar y definir sus propias identidades y creencias. Sin embargo, la implementación actual parece estar más enfocada en validar una sola narrativa, lo que va en contra del principio fundamental de la psicología: la exploración abierta y sin prejuicios de la experiencia humana.

Finalmente, es importante reconocer que muchas personas de la comunidad LGBT experimentan sentimientos de vergüenza, confusión y rechazo, lo que a menudo se traduce en la internalización de emociones adversas. La religión, que para muchas personas es una fuente de fortaleza y consuelo, tiende a excluir a esta población, creando un conflicto interno significativo. Por ello, es esencial generar conciencia y fomentar la creación de modelos terapéuticos que aborden esta situación de desigualdad desde una perspectiva neutral, que respete la diversidad de creencias y experiencias.


---

Referencias
Bem, S. L. (1996). Gender schema theory: A cognitive account of sex typing. Psychological Review, 88(4), 354-364.
Moberly, E. R. (1983). Homosexuality: A new Christian ethic. James Clarke & Co Ltd.
Zucker, K. J., & Spitzer, R. L. (2005). Reparative therapy: The facts and the issues. Archives of Sexual Behavior, 34(4), 375-394.

Demystifying the Role of the Clinical Psychologist



Understanding the roles of clinical psychologists and the differences in their training compared to other healthcare providers is fundamental to ensuring comprehensive and specialized mental health care. Clinical psychologists undergo rigorous academic training, which includes a minimum of seven to nine years of undergraduate and graduate education, with a specific focus on the assessment, diagnosis, and treatment of mental and emotional disorders. This training provides them with a deep understanding of psychopathology, as well as theories and techniques of psychological intervention.

In contrast, other mental health providers such as master level psychologists (mid-levels), psychiatrists, and nurse practitioners may have a different focus in their training and clinical practice. Mid-levels typically have training more focused on counseling and emotional support, while psychiatrists, although they may provide therapy, primarily focus on the diagnosis and pharmacological treatment of mental disorders. Nurse practitioners, while they may have broad training in primary care, may lack the specialized focus and depth of knowledge in clinical psychology that clinical psychologists possess.

Understanding these differences in training and focus among different mental health providers is crucial to ensure that patients receive the most appropriate care for their specific needs. Clinical psychologists are especially trained to offer a wide range of services, from diagnostic assessments to specialized therapy, providing a comprehensive and evidence-based approach to addressing mental health challenges.

Roles of the Clinical Psychologist

The roles and responsibilities of clinical psychologists in patient treatment are diverse and encompass different aspects of the therapeutic process. According to findings from the American Psychological Association's "Evidence-Based Practice in Psychology" in 2006, and texts from "Evidence, Endeavor, and Expertise in Psychology Practice, Psychological Treatments" by David H. Barlow, and "Addressing Key Challenges in Evidence-Based Practice in Psychology" from 2007, some of the roles and responsibilities of the clinical psychologist are highlighted.

The American Psychological Association (APA) is the fundamental agency and guide to understanding how to apply scientific evidence in clinical psychology practice. It offers guidelines on selecting and implementing psychological interventions based on the best available evidence. In relation to the roles of the clinical psychologist, this text emphasizes the importance of using assessment and treatment methods supported by empirical research. It also emphasizes the need to continually monitor patient progress and adjust the treatment plan based on results.

David H. Barlow, an influential clinical psychologist and expert in psychological treatments, provides a detailed insight into evidence-based therapeutic approaches. Barlow examines how clinical psychologists can integrate scientific research with their clinical experience and professional judgment to provide the best possible care to patients. In terms of roles and responsibilities, he highlighted the importance of adapting treatments to the individual needs of each patient and staying updated on advances in clinical research.

On the other hand, the specific challenges that clinical psychologists face in implementing evidence-based practice contain a gap in terms of fidelity. Obstacles to the adoption of evidence-based interventions and cultural and organizational barriers can hinder the effective implementation of evidence-based psychological treatments. Considering these challenges, it is noted the importance of clinical psychologists being equipped with the necessary skills to overcome these barriers and provide high-quality care to their patients.

Together, these sources provide a solid foundation for understanding the roles and responsibilities of the clinical psychologist in patient treatment, emphasizing the importance of integrating scientific evidence, clinical experience, and professional judgment to provide effective and ethical care.

The clinical psychologist is responsible for conducting a comprehensive assessment of the patient's mental and emotional health, gathering relevant information about personal history, family background, current symptoms, and any stressors or triggers. Using clinical interviews, standardized psychological tests, and direct observation, the psychologist must gather data to better understand the nature and severity of the patient's issues and be able to conceptualize their case to justify treatment.

Based on the assessment findings, the clinical psychologist makes an accurate diagnosis of the mental or emotional disorders affecting the patient, using criteria established in diagnostic manuals such as the DSM-5-TR or the ICD-10. This diagnosis provides a framework for understanding the nature and severity of the patient's issues and guides the development of the treatment plan.

Based on the assessment and diagnosis, the clinical psychologist develops an individualized treatment plan tailored to the patient's needs. This plan may include a combination of therapeutic interventions, such as cognitive-behavioral therapy, interpersonal therapy, exposure therapy, among others. Additionally, the treatment plan may include specific goals, intervention strategies, and the estimated number of therapeutic sessions to effectively address the patient's issues.

Clinical psychologists play a crucial role in patient treatment by conducting comprehensive assessments, making accurate diagnoses, and developing individualized treatment plans. Their expertise and specialized training in clinical psychology allow them to offer effective therapeutic interventions and emotional support to individuals facing mental health challenges.

Training Differences between Clinical Psychologists and Other Health Providers

Comparing the extensive training of clinical psychologists to that of other mental health providers, such as psychiatrists and master's-level therapists, reveals significant differences in approach and competencies as mentioned below.

Clinical psychologists complete a training program that generally requires a minimum of 7 years of undergraduate and graduate education in clinical psychology, focusing on the theory and practice of clinical psychology, which includes assessment, diagnosis, and treatment of a wide range of mental and emotional disorders. Master's-level therapists complete a 2 to 3-year graduate program in areas such as counseling, marital and family therapy, or clinical social work, acquiring knowledge and skills in the theory and practice of therapy and counseling, focusing on the assessment and treatment of emotional problems and interpersonal relationships.

On the other hand, psychiatrists graduate from medical school and complete a residency program of at least 4 years in psychiatry, focusing on the diagnosis, treatment, and management of mental disorders using a combination of medical, psychological, and social therapies. Nurse practitioners specialized in mental health complete a master's program in psychiatric or mental health nursing, which generally lasts 2 to 3 years, and focus on the diagnosis, treatment, and management of mental disorders, providing assessment, diagnosis, medication prescription, and therapy in the mental health field, working in collaboration with other healthcare professionals.

Clinical psychologists offer a wide range of therapeutic approaches tailored to the needs of each patient, while psychiatrists and nurse practitioners primarily focus on prescribing and adjusting psychotropic medications. On the other hand, master's-level therapists primarily use conversation-based therapeutic approaches to provide emotional support and counseling.

Each of these mental health providers has a unique set of skills and competencies that they bring to the field, with different approaches to diagnosing and treating mental disorders.

Psychotherapy: Definition and Approaches

Psychotherapy is a fundamental component in the treatment of mental disorders, and there are a variety of therapeutic approaches that clinical psychologists can use to help their patients.

Outcome research in psychotherapy is essential to assess the effectiveness of different therapeutic approaches and improve clinical practice. Comparative studies have examined the relative efficacy of various approaches, highlighting cognitive-behavioral therapy and interpersonal therapy as particularly effective compared to psychoanalytic psychotherapy and others. Adding to the above, the greatest achievements in therapy in general are due to; 30% to client contributions, 12% to the therapeutic relationship, 8% to treatment, 7% to clinician characteristics, 3% to other factors, and 40% to an undefined factor (Norcross and Lambert 2011).

Cultural adaptation in psychotherapy ensure the relevance and effectiveness of treatment for patients from diverse cultures. Even when are guidelines for treatments, culture is and important factor to explore for the plan effectiveness. However, it can present a dilemma between fidelity to the original therapeutic approach and the need to adapt to the cultural needs of patients. Addressing this dilemma reflectively can help therapists provide more relevant care.

Psychotherapy is a crucial component in the treatment of mental disorders, and clinical psychologists use a variety of therapeutic approaches tailored to the individual needs of each patient, taking into account outcome research, cultural adaptation among other factors.

Supervision and Regulation

Clinical psychologists are subject to supervision and regulation by psychology boards, ensuring the quality and ethics of their professional practice. These boards establish standards and guidelines for training, ethics, and clinical practice of psychologists in their jurisdiction.

Clinical psychologists must obtain a license to practice in their jurisdiction, which generally involves completing an accredited training program and meeting supervised practice requirements. Psychology boards establish a code of ethics and professional standards that clinical psychologists must adhere to in their professional practice, addressing issues such as confidentiality and respect for patient autonomy.

Psychology boards may require clinical psychologists to participate in ongoing supervision and professional development programs to maintain their license, ensuring competence and quality in their clinical practice. Supervision and regulation by psychology boards ensure the quality, ethics, and competence of the professional practice of clinical psychologists, ensuring that patients receive the best possible care.

In a nutshell, the role of the clinical psychologist in providing comprehensive and specialized mental health care is crucial and is highlighted by several key aspects:

Extensive and Specialized Training: Clinical psychologists complete a rigorous training program that includes a minimum of 7 years of undergraduate and graduate education, focusing on the assessment, diagnosis, and treatment of mental disorders.

Differences in Approach and Competencies: Compared to other mental health providers, clinical psychologists have a more comprehensive approach and specialized training in clinical psychology.

Development of Personalized Treatment Plans: Clinical psychologists go beyond simple diagnosis and therapy to develop specific, individualized treatment plans tailored to the individual needs of each patient, using a variety of therapeutic approaches.

Supervision and Regulation by Psychology Boards: Clinical psychologists are subject to supervision and regulation by psychology boards, ensuring the quality, ethics, and competence of their professional practice.

Importance of Professional Autonomy: Although supervised by psychology boards, clinical psychologists have professional autonomy to make clinical decisions and manage their patients' care independently.

Together, these points underscore the importance of the role of the clinical psychologist as a provider of comprehensive and specialized mental health care, capable of offering effective therapeutic interventions tailored to the individual needs of each patient. Their extensive training, comprehensive approach, and regulated supervision ensure quality and ethics in the provision of mental health services. 

Creating a treatment plan in clinical psychology or prescribing a treatment method, is far more than simply following predefined guidelines. It involves a meticulous process of conceptualization, exploration, diagnosis, and evaluation, all of which must consider a myriad of factors. A skilled clinical psychologist doesn't merely read from a manual; rather, they engage in a comprehensive analysis of the individual's social environment, cognitive abilities, cultural background, and diagnostic criteria. This process resembles crafting a medical prescription based on a scientific approach tailored to the patient's unique needs. It requires a deep understanding of psychological theories and therapeutic techniques, as well as the ability to integrate them effectively to address the complexities of human behavior and mental health.

In summary, developing a treatment plan, the clinical psychologist acts as both scientist and healer, drawing from evidence-based practices while also recognizing the individuality of each patient. This involves not only applying established therapeutic approaches but also adapting them to align with the patient's cultural beliefs, personal values, and specific challenges. By taking this holistic approach, the clinical psychologist can formulate a treatment plan that not only targets the symptoms but also addresses the underlying causes of distress, leading to more meaningful and sustainable outcomes for the individual's psychological well-being.


Credenciales




La terapia es un proceso al que mucha gente llega con desconocimiento, y muchas veces con estigma hacia la salud mental. He observado cómo prolifera dicho desconocimiento por culpa de los mismos proveedores de salud; en mi opinión, desde el complejo que muchas veces acompaña al mismo proveedor.

Los psicólogos, los consejeros y los psiquiatras tienen distintos entrenamientos y roles. He observado "mid-levels" llamándose psicólogos, a psicólogos sugiriendo el uso o utilidad de tratamientos psicofarmacológicos y otros debatiendo planes de tratamiento sin la formación correspondiente. Eso no es ético, puede causar daño y los únicos que poseen el entrenamiento adecuado para crear un plan de tratamiento son los psicólogos clínicos (Norcros & Lambert).


Es un buen ejercicio saber cuáles son las credenciales de tu proveedor, porque una disciplina mal ejercida puede causar mucho daño.

En Puerto Rico, la credencial del consejero profesional licenciado es CPL o LPC por sus siglas en inglés. En Estados Unidos es llamado “clinician” cuando no se tiene licencia. Dependiendo del estado, y si revalidó, a los consejeros les pueden llamar CPL si tomaron el Examen Nacional de Consejeros (NCE, por sus siglas en inglés) y a otros LMHC, o “licensed mental health counselor” si tomaron el Examen Nacional de Consejeros de Salud Mental. Ambos los administra la Junta Nacional de Consejeros Certificados (NBCC). En la práctica siempre se debe presentar las credenciales actuales sin invadir roles. Lo contrario es contraproducente, porque se crean malentendidos en las barreras profesionales, posibles dificultades de salud y problemas legales.

Los psicólogos clínicos en Estados Unidos y Puerto Rico deben cumplir un requisito de doctorado, lo que implica un entrenamiento extenso en distintos modelos de psicoterapia. Los consejeros o profesionales que no son psicólogos y realizan funciones específicas del psicólogo o se anuncian como psicólogos sin estar debidamente licenciados o autorizados para hacerlo están en incumplimiento con la ley y pueden ser sancionados.

Aunque algunas licencias de consejero dicen “psicólogo”, estos no tienen el mismo entrenamiento que un psicologo clínico. Es un buen ejercicio saber cuáles son las credenciales de tu proveedor, porque una disciplina mal ejercida puede causar daño. Es importante que usted como paciente sepa que una falsa representación puede ser notificada a los respectivos consejos que otorgan las licencias.

También es importante que, aunque los psicólogos ofrecen una amplia variedad de servicios, su trabajo se basa en la objetividad. No dan consejos, opiniones o juicios de valor.


jueves, 2 de enero de 2025

Neuroinclusión


Mientras visitaba la Universidad Iberoamericana (UNIBE) durante unas cortas vacaciones en Santo Domingo, me llamó la atención el esfuerzo que están realizando por abrir espacios de inclusión para personas con neurodiversidad. Esto me llevó a reflexionar sobre el concepto del "superhombre" de Nietzsche, una idea que propone una actualización humana que impulse nuestra evolución y nos permita mejorar como personas. Sin embargo, en una sociedad que a menudo es desechable, desconectada de sus raíces y carente de una comprensión profunda del pasado, este paso evolutivo parece estar estancado. Ignorar nuestra historia perpetúa el deterioro social, y aunque disponemos de herramientas como libros, nomenclaturas científicas e inteligencia artificial, seguimos fallando en aspectos fundamentales como la aceptación y la inclusión de la neurodiversidad.



El pasado 1 de enero de 2025, tuve una experiencia que ejemplifica esta realidad. Durante mi registro en un hotel en Santo Domingo, el empleado a cargo presentaba un comportamiento que me pareció característico del espectro autista: era rígido, sistemático e inflexible en su trato. En Puerto Rico diríamos que le "piché", simplemente completé el proceso sin mayor consideración. Más tarde, en el ascensor, mi esposa, quien es psiquiatra, me preguntó si había notado su particular forma de interactuar, confirmando mis observaciones.

Para mí, su desempeño fue efectivo. Aunque su estilo era poco convencional, era concreto y preciso, cualidades que considero valiosas. Mi esposa, por otro lado, encontró frustrante su rigidez. Por ejemplo, al preguntarle sobre los servicios de tours, el empleado repetía que la información estaría disponible al día siguiente, sin desviarse del guion. Aunque a mí me pareció correcto, ella lo percibió de manera diferente. Más tarde, al preguntarle si el restaurante frente a nosotros era el correcto, respondió con precisión: “Señor, la cena es ofrecida en el salón B.Delicious de siete a once de la noche”. No respondió exactamente a mi pregunta, pero replicó lo que estaba en el material informativo del hotel.

Algo similar nos ocurrió en Colombia, en un Hard Rock Café. Allí, un empleado también dentro del espectro autista nos ofreció un servicio que, a mi juicio, fue impecable. Más tarde, el gerente se acercó para preguntarnos si el empleado nos había incomodado, lo que me sorprendió. Este restaurante mantiene una política activa de inclusión, financiada en parte por la venta de pines conmemorativos, los cuales coleccionamos.

Estas experiencias me invitan a reflexionar. Si bien me resulta alentador ver a personas neurodivergentes ocupando roles laborales efectivos, también me preocupa cómo podrían ser percibidas por personas sin formación en salud mental. He atendido a muchos pacientes que enfrentan dificultades en sus relaciones interpersonales debido a sus particularidades, y esto me lleva a cuestionar: ¿quiénes son realmente el problema? Como en Don Quijote, donde el "loco" es, en realidad, una buena persona intentando encajar en un mundo nefasto, tal vez quienes fallamos somos nosotros.

En mi opinión, como sociedad, no hemos aprendido a mejorarnos. En lugar de comprender y aceptar, usamos las nomenclaturas para patologizar y discriminar. Nos queda un largo camino para superar estas barreras y construir una comunidad inclusiva y empática, donde la neurodiversidad sea vista como un valor, no como un defecto.